Cristina Galván nos cuenta lo que ella ha vivido, una experiencia que emociona.

PROYECTO DERMATOLÓGICO DE MALAWI

 

En septiembre de 2014, Manuel y Brian, misioneros de MCSPA que trabajan en Benga (Malawi) me visitaron en mi consulta de Madrid.

 

Sabían por Marta, una paciente muy querida, que estaba involucrada en proyectos de cooperación internacional y querían trasladarme su preocupación por la salud dermatológica de los habitantes de la zona, en la que llevaban poco tiempo.

 

«Muchas personas tienen costras, úlceras y erupciones purulentas en la piel».

 

Así es como me lo transmitieron.

 

Ellos estaban llevado a cabo labores de primera necesidad. Entre otras muchas, construcción de pozos, puesta en marcha de huertos, logística de almacenaje y suministro de alimentos y construcción de escuelas donde, además de educar a los niños, aseguran su nutrición con el comedor escolar.

 

Hasta ese momento, Malawi era un país desconocido para mí.

 

A vista de pájaro, con su clima benigno, un 20,6% de superficie cubierta por las aguas del bellísimo lago Malawi, el color rojo intenso de la tierra, los paisajes de Acacias y Baobabs, matorrales verde intenso y alguna montaña siempre en el horizonte, Malawi puede parecer el paraíso.

 

Si a esto unimos la mirada profunda, la sonrisa amplia y el intenso colorido de las ropas de sus habitantes, la buena impresión aumenta.

 

Con la fresca sensación que transmite encontrarse un porcentaje tal grande de niños y jóvenes de rostros agraciados y tan escaso de ancianos, si además tienes la suerte de disfrutar de la sorprendente armonía de sus cantos a mil voces, Malawi es sin duda un país exultante.

 

¿Nos acercamos un poco más?

 

Lo que perciben los cinco sentidos en distancias más cortas no es adecuado para nuestra sensibilidad de humanos conscientes y solidaros de este primer mundo en crisis.

 

Podemos resumir las cifras sociales, económicas y sanitarias del país, y en especial de la zona que ellos atienden, diciendo que carece de un sistema de salud mínimamente desarrollado, la población rural tiene muy difícil acceso a la sanidad, la esperanza de vida era en aquel momento de 56 años y, a nivel mundial, era la zona número uno en SIDA y número dos en pobreza. 

 

Con estos datos, no lo dudamos un momento y nos pusimos manos a la obra a organizar el proyecto.

 

En esta ocasión, sin el respaldo de una ONG, además de las cuestiones médicas tuvimos que encargarnos de asuntos para mi mucho más complicados, cómo el económico.

 

Tengo que confesar que hasta pocas semanas antes de este primer viaje no las tenía todas conmigo… Las cuestiones organizativas a nivel local, afortunadamente, las sacaron adelante desde allí los misioneros. 

 

Y allí nos presentamos, paciente (Marta) y dermatóloga, con 120 kg de medicinas y material médico en una misión de Malawi rural desde donde atendíamos, de sol a noche cerrada, una cola interminable de pacientes. 

 

Y descubrí dos cosas:

 

  • El trabajo es inabarcable, fruto de una necesidad real. ¡Debemos estar en el lugar del mundo donde vive ese 50% de la población mundial que no tiene las necesidades sanitarias básicas cubiertas! (OMS)

 

  • Ya tengo unos cuantos años y, ni durmiendo, he dejado un segundo de aprender. Desde el punto de vista humano, espiritual, académico, organizativo, y un largo etcétera. 

 

En ningún momento se terminó la cola de pacientes; pacientes y agradecidos, que esperaban a ser atendidos, desde el punto de la mañana al final dela tarde, o al día siguiente o a la campaña próxima… 

 

Algunos en situaciones graves, otros muy graves, pero la gran mayoría sufrían enfermedades comunes y de fácil curación. En un alto porcentaje infecciones cutáneas. Siendo así, la intensidad de presentación de esta patología común alcanzando unos grados inimaginables.

 

Con 30 años de especialidad a mis espaldas y otras experiencias de Cooperación Internacional, no dejé de sorprenderme.

 

Es la consecuencia de la suma de las malas condiciones de vida, la desnutrición, el SIDA y la falta de acceso al tratamiento. Tiñas, impétigos, sarnas y eccemas que, solo un 1% de su afectación, nos resultaría intolerable para uno de nuestros niños.

 

El trabajo fue muy satisfactorio. Poder diagnosticar y después curar (o entregar en mano el medicamento adecuado para el paciente y sus familiares afectados) y explicar las medidas preventivas para evitar la recaída, no tiene precio.

 

En ocasiones ha sido muy duro, como en los casos en los que hemos llegado tarde, o las características del proyecto no han sido suficientes y hemos tenido que reconocer la impotencia.

 

Sin darnos cuenta, nos habíamos metido en una maravillosa rueda. 

 

Desde aquel primer viaje, cada paso que damos nos deja ver nuevas necesidades a las que atender y mejoras que implementar. 

 

Con el apoyo constante de la comunidad Misionera de Benga, vamos creciendo, de forma que cada vez hacemos más campañas, más prolongadas y con mayor número de voluntarios. Cada vez disponemos de mejores medios que nos permiten dar una asistencia de mayor calidad.  Mi sensación es que el proyecto camina solo y nosotros vamos detrás, corriendo deportivamente para poder darle alcance. 

 

Una de las sorpresas que nos hizo crecer fue la detección de una terrible epidemia de sarna. Para enfrentarla tuvimos que solicitar convenios con las autoridades sanitarias locales y españolas. Desarrollamos un subproyecto de gran envergadura,

“Stop Sarna” en el que se han atendido a 45.000 personas, ha desplazado a 40 voluntarios, ha contratado a 150 locales y ha terminado siendo un éxito. La prevalencia de sarna pasó de ser un 17,2% a un 2,4% de la población.

 

Para mí, la clave del buen desarrollo del proyecto está en que, desde su nacimiento, tiene y mantiene como prioridad la estrecha relación, de colaboración docente, con el personal técnico de salud local (en nuestra zona diana no hay médicos).

 

De la misma forma que, desde antes de su inicio, trabajamos en estrecha colaboración y al servicio de las autoridades sanitarias locales, guiados por las pautas que aconseja la Comunidad Misionera, buena conocedora de la idiosincrasia y costumbres locales.

 

Y, aunque somos un proyecto joven que empezó en 2015 y ha crecido de manera más que exponencial, nuestro crecimiento ha sido muy racional y saludable, respondiendo a las necesidades reales que se nos han ido poniendo por delante. ¡Eso sí! echándole muchas ganas y bastante esfuerzo a cada paso, para poder hacer realidad nuestras propuestas. 

 

Sin duda el proyecto es el sumatorio de muchas voluntades a las que debo mi gratitud.

 

No existiría sin el apoyo incondicional de la Comunidad Misionera San Pablo Apóstol, primeros impulsores que nos hicieron ver la necesidad de este tipo de proyecto.

 

Ellos son los principales interesados en la mejora de la salud de los habitantes de la zona, nos ayudan con la interminable burocracia, les invadimos cada vez que vamos, nos proporcionan una alimentación sana que me permite llevar voluntarios –no hay tiendas dónde comprar alimentos-, y son el nexo de unión con los técnicos sanitarios y en la transmisión de datos de Tele-Dermatología durante el año.

 

¡Algún misionero sabe ya más dermatología que muchos médicos!

 

Tampoco existiría sin el entusiasmo con el que amigos y pacientes colaboran económicamente, ni por supuesto sin el de las empresas farmacéuticas que han hecho suyo un proyecto tan dermatológico.

 

Somos muy afortunados por el apoyo que recibimos de muchas de ellas.

 

Y soy consciente de que lo hacen con ilusión, sintiéndolo como algo propio. Sin dar nombres, un laboratorio español se responsabiliza, con el visto bueno de las autoridades locales, de la docencia y auditoría para la formulación magistral por parte de los técnicos locales, de algunos medicamentos imprescindibles y que nos hubieran supuesto un elevadísimo coste que no hubiéramos podido asumir.

 

Otra empresa farmacéutica española, nos apoya en todas las campañas y se ha comprometido a la construcción de una consulta y quirófano con acceso a corriente eléctrica (un gran privilegio) en el hospital más cercano.

 

Otras muchas empresas, colaboran con la donación de material o productos incluidos en los listados de necesidades.

 

Siempre tengo que hablar cómo gran “valor añadido” del proyecto, de la colaboración de los alumnos del Instituto de Secundaria donde vivo (IES Las Encinas de Vva.de la Cañada) que hacen actividades durante todo el curso para apoyar los gastos de tratamientos.  

 

Y una interminable lista de incondicionales que nos permiten un proyecto sostenible en el tiempo.

 

El proyecto está ahora en un momento de maduración.

 

Por una parte, ha pasado de ser la idea de uno a ser el proyecto de muchos. Ya somos un gran grupo de personas implicadas y con ganas de trabajar en él.

 

Por otra, nos hemos convertido en una figura familiar en el escenario de la salud del país.

 

En el Ministerio de Sanidad, en las oficinas de Distrito Sanitario, en los Centros de Salud de nuestra área de actuación, en las asociaciones de enfermos, concretamente en la Asociación de Albinos de Malawi, en la Misión que nos acoge, entre los técnicos de salud local y entre la población general de nuestra zona, se cuenta con nuestra actuación asistencial, docente y colaborativa. 

 

La aceptación por parte de los dermatólogos españoles es ejemplar.

 

Su perfil se resume en una palabra.

 

Magníficos.

 

En todas las campañas, incluso en algunas que se han tenido que organizar con muy poco tiempo de reacción, hemos tenido que prescindir de personas extraordinarias, porque siempre se han ofrecido más de los que podíamos llevar.

 

Dermatólogos senior, medianos o en formación, enfermeros o estudiantes de medicina, con muy distintas maneras de ser, pero con un nexo común. Personas bien formadas con ganas de ayudar, con lo que mejor saben hacer y donde más falta hace, y personas abiertas, ansiosas de mejorar y aprender de otros entornos, de otra cultura, de otra patología y de otra manera de trabajar con muy distintos medios. Takú ñyadirani! ¡Estoy orgullosa de todos ellos!

 

Todo ello nos han permitido, para el curso entrante, organizar el proyecto en cinco campañas, monográficas algunas de ellas. El próximo mes de agosto se desarrollará la primera campaña quirúrgica en la que se hará cirugía mayor en el Hospital de distrito más cercano. Para ello tenemos que dotar las instalaciones con el aparataje que les falta. En estos días hemos seleccionado candidatos y, sólo con los albinos, la lista de pacientes está a rebosar. No es raro que tengamos que implementar una segunda campaña de este tipo.

 

Junto con la gran satisfacción personal que produce comprobar que lo poco que sabes hacer bien está siendo muy útil, el feedback de los nativos nos llena de orgullo. Nos sonrojan las muestras de agradecimiento que recibimos continuamente. Los técnicos locales nos lo expresan con ceremoniosa sinceridad, los pacientes y familiares llegan a soportar largas colas sólo para recordarnos lo mal que se encontraban y lo bien que están ahora. De vez en cuando, recibimos un discurso de agradecimiento de algún paciente por la red de Teledermatología. En fin, no lo hacemos por esto, pero también es muy satisfactorio…

 

Aunque parezca raro, yo no sé bien que hago aquí metida.

 

Mi principal sentimiento es de agradecimiento porque la vida me ha permitido estar en algo tan enriquecedor. No soy consciente de haber decidido montar nada de lo que se ha montado. La vida me ha ido poniendo delante las situaciones que me han hecho mover ficha y buscar soluciones. Y así, poco a poco, hemos llegado a este punto. Los misioneros, los dermatólogos y los colaboradores lo han hecho posible y en esa línea creo que debemos seguir. En este momento, en las instituciones internacionales (OMS) se han hecho eco de nuestro trabajo y mi intención es adaptar nuestros planteamientos al concepto de integración en la atención de enfermedades tropicales dermatológicas declaradas cómo desatendidas, en colaboración con proyectos de otros países encaminados, cómo el nuestro, al acceso a la salud para toda la población. 

 

Cristina Galván Casas es médico especialista en Dermatologia. Trabaja en el Hospital Universitario de Mostoles, en la Universidad Rey Juan Carlos y en la Clínica Dermatológica Dra. Galván.

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